"Siempre fuiste mi espejo, quiero decir que para verme tenía que mirarte". Aunque nunca me hubiese mirado de la misma manera que te miro a vos. Al final de cuentas, en el juego de los espejos, quién termina siendo reflejo de quién?

lunes, 9 de noviembre de 2009

¿En qué consiste tratar a las personas como a personas, es decir, humanamente?


Respuesta: consiste en que intentes ponerte en su lugar. Reconocer a alguien como semejante implica sobre todo la posibilidad de comprenderle desde dentro, de adoptar por un momento su propio punto de vista. Es algo que sólo de una manera muy novelesca y dudosa se puede pretender con un murciélago o con un geranio, pero que en cambio se impone con los seres capaces de manejar símbolos como yo misma. A fin de cuentas siempre que hablamos con alguien lo que hacemos es establecer un terreno en el que quien ahora es "yo" sabe que se convertirá en "tú" y viceversa. Si no admitiésemos que existe algo fundamentalmente igual entre nosotros (la posibilidad de ser para otro lo que otro es para mí) no podríamos cruzar ni palabra. Allí donde hay cruce, hay también reconocimiento de que en cierto modo pertenecemos a lo de enfrente y lo de enfrente nos pertenece...Y eso aunque yo sea joven y el otro viejo, aunque yo sea mujer y el otro hombre, aunque yo sea blanca y el otro negro, aunque yo esté sana y el otro enfermo, aunque yo sea tonta y el otro listo. "Soy humana y nada de lo que es humano puede parecerme ajeno". Es decir: tener conciencia de mi humanidad consiste en darme cuenta de que, pese a todas las muy reales diferencias entre todos los individuos, estoy también en cierto modo dentro de cada uno de mis semejantes. Para empezar, como palabra...

Y no sólo para poder hablar con ellos, claro está. Ponerse en el lugar de otro es algo más que el comienzo de toda comunicación simbólica con él: se trata de tomar en cuenta sus derechos.

Y cuando los derechos faltan, hay que comprender sus razones. Pues eso es algo a lo que todo hombre tiene derecho frente a los demás hombres, aunque sea el peor de todos: tiene derecho -derecho humano- a que alguien intente ponerse en su lugar y comprender lo que hace y lo que siente. En una palabra, ponerte en el lugar del otro es tomarle en serio, considerarlo tan plenamente real como a tí mismo.

Fíjate en la palabra misma "interés": viene del latín inter esse, lo que está entre varios, lo que pone en relación a varios. Cuando hablo de "relativizar" tu interés quiero decir que ese interés no es algo tuyo exclusivamente sino que te pone en contacto con otras realidades tan "de verdad" como tú mismo. De modo que todos los intereses que puedas tener son relativos (según otros intereses, según las circunstancias, según leyes y costumbres de la sociedad en que vives) salvo un interés, el único interés absoluto: de dar y recibir el trato de humanidad sin el que no puede haber "buena vida". Por mucho que pueda interesarte algo, si miras bien nada puede ser tan interesante para ti como la capacidad de ponerte en el lugar de aquellos con los que tu interés te relaciona. Y al ponerte en su lugar no solo debes ser capaz de atender sus razones, sino también de participar de algún modo en sus pasiones y sentimientos, en sus dolores, anhelos y gozos. Se trata de sentir simpatía por el otro, es decir, ser capaz de experimentar en cierta manera al unísono con el otro, no dejarle del todo solo ni en su pensar ni en su querer. Reconocer que estamos hechos de la misma pasta, a la vez idea, pasión y carne. O como lo dijo más bella y profundamente Shakespeare: todos los humanos estamos hechos de la sustancia con la que se trenzan los sueños. Que se note que nos damos cuenta de ese parentesco.


Ponerte en el lugar del otro es hacer un esfuerzo de objetividad por ver las cosas como él las ve, no echar al otro y ocupar tú su sitio...O sea que él debe seguir siendo él y tú tienes que seguir siendo tú. El primero de los derechos humanos es el derecho a no ser fotocopia de nuestros vecinos, a ser más o menos raros. Acabo de emplear la palabra "derecho" porque gran parte del difícil arte de ponerse en el lugar del prójimo tiene que ver con eso que desde muy antiguo se llama justicia. La virtud de la justicia, o sea: la habilidad y el esfuerzo que debemos hacer cada uno -si queremos vivir bien- por entender lo que nuestros semejantes pueden esperar de nosotros. (...) Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay más remedio que amarle un poco, aunque no sea más que amarle solo porque también es humano...y ese pequeño pero importantísimo amor ninguna ley instituida puede imponerlo. Quien vive bien debe ser capaz de una justicia simpática, o de una compasión justa.

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